La terrible ola de violencia que nos agobia, ha adquirido en las últimas semanas ciertos perfiles verdaderamente terribles. Ya no se trata sólo de asaltos u homicidios. Ahora también ocurren acciones terroristas, masacres y otras formas despiadadas de criminalidad que están desesperando y agotando la paciencia de la población, tanto así que minimizan cualquier esfuerzo de las autoridades para contener esta espiral de sangre y dolor.
Sin embargo, ¿se ha preguntado usted si acaso este panorama obedece a una tendencia, digamos, lógica, de desarrollo de las expresiones del crimen o se trata, como algunos empezamos a sospechar, de una deliberada y perversa estrategia para provocar que usted doblegue su ánimo ante la violencia y dirija sus ojos hacia las famosas “soluciones radicales”?
Las acciones violentas, como el bombazo a la unidad de transportes Quetzal ocurrido el pasado 3 de enero y el incendio de otras dos camionetas de la misma empresa, el miércoles 26; la masacre de mujeres en plena sexta avenida de la zona 1; el atentado en un campo de futbol de Ciudad Real, zona 12 y, muy especialmente, el asesinato de pilotos del transporte urbano en frente de otras personas, indican que hay un repunte, no en números, sino en métodos aplicados para causar terror.
Bien decía el Procurador de los Derechos Humanos, Sergio Morales: “…todo esto marca una nueva modalidad, dirigida indiscriminadamente por grupos criminales que quieren sembrar el terror en el país”. “Todo obedece a una estrategia criminal dirigida”. “… lo que se vive en la actualidad no es un fenómeno causal sino de estrategia”. (Prensa Libre, martes 25 de enero de 2011. Pág. 3).
Para mí que esto ya lo habíamos vivido en Guatemala. La historia se repite.
Y es que me acordé de una tesis planteada allá por finales de los años 79 por el Dr. Gabriel Aguilera Peralta. Para decirlo de una manera muy sintética, él señalaba que la violencia desbocada de aquellos años, si bien tenía una motivación política, tenía un fin adicional: crear el terror en el resto de la población. Con cada ataque que se cometía contra personalidades como Manuel Colom Argueta, Alberto Fuentes Mohr, Oliverio Castañeda de León, los campesinos en la embajada de España o los sindicalistas de la CNT no solo se sacaba de escena a un enemigo del sistema sino que la sangre por ellos derramada llevaba una señal de advertencia para la ciudadanía.
Ellos eran las víctimas; el blanco secundario éramos nosotros.
Por ello, no pueden echarse en saco roto las palabras del Ombudsman:
“… la idea no solo es matar, sino causar temor y alarma en el resto de la población”. (Misma publicación).
La reacción de los guatemaltecos y guatemaltecas, en efecto, ha ido en ese sentido.
Y aquí surge una interrogante:
¿Por qué será que la mayoría de asesinatos de conductores del transporte urbano ocurre en presencia de numerosos pasajeros y en lugares donde el hecho inevitablemente atraerá la atención (y el temor) de otras personas, al producirse los consiguientes congestionamientos de tránsito?
La respuesta es: porque a alguien le interesa que usted y yo seamos blancos del terror. Sí, tal y como el Ejército y las bandas paramilitares lo hicieran durante el conflicto armado. La historia se repite.
En este contexto, también resulta interesante lo que señala Walter Herrera Rivera, en “Conflictos armados y salud mental”:
“…la ciencia militar o la militarización de la ciencia en sí no ha quedado limitada solo a mejorar los aspectos balísticos propiamente dichos, sino también se ha preocupado por incorporar y manejar los aspectos psicológicos con estrategias claras y precisas sobre la población civil inmersa en conflictos armados y en contextos de violencia organizada. De tal forma que al lado de una intervención militar o de violencia organizada están los aspectos de la guerra psicológica.”.
Ahora bien, ¿Tiene lógica crear temor porque sí?
Gabriel Aguilera nos da la respuesta en “Enfrentar la violencia con mano dura: Políticas de contención en Centroamérica. Alianza Internacional para la Paz ”:
“La generalización de la inseguridad tiene diversos efectos. El más grave es el reforzamiento de los elementos de cultura política autoritaria.”. (Vea Encuesta Latinobarómetro 2010).
“En esencia, la sociedad tiene dos opciones: La primera, que parece gozar de un considerable apoyo, es el uso de la mano dura o el puño de terciopelo para acabar con elementos indeseables. Esta solución ignora el hecho de que muchas de las ejecuciones que se están llevando a cabo son cometidas precisamente por los actores que se verían fortalecidos con este enfoque”.
También pasa por alto el hecho de que esta retórica tiene un misterioso parecido con la doctrina de la seguridad nacional que se implementó en muchos países latinoamericanos en los años setenta y ochenta, y que en todos los casos tuvo escasos resultados.”.
Más claro, ni el agua.
Entonces, preguntas obligadas son:
¿Quién se beneficia cada vez que un piloto cae asesinado de esta manera cruel, inhumana y artificiosa?
¿Y a partir de ese supuesto beneficio, quién cosecha los réditos del temor que a usted le causan los criminales y el dolor a los familiares de las víctimas?
¿Quién conoce la aplicación de estos métodos, reminiscencia de la contrainsurgencia asesina de los años 70 y 80? Y sobre todo: ¿Es justo que, con tal de cumplir objetivos perversos, lo usen a usted como blanco del terror; que las balas también sean para usted?