No es de sorprender que el Partido Patriota ahora proclame su beneplácito ante el éxito de programas como Mi Familia Progresa. Hace dos años y medio decían todo lo contrario y se dedicaban a buscar cascaritas en los programas para hacerlos desaparecer.
Al final fueron ellos los resbalados y, lejos de encontrar corrupción o clientelismo, lo que han hallado es una estrategia de inversión social que, sobre cualquier resultado, tiene la virtud de estarles devolviendo la dignidad a miles de personas.
Es inaudito, y a mí, en el lugar del general Otto Pérez, me daría vergüenza afirmar que el programa de transferencias monetarias condicionadas estaba en el Plan de Gobierno del PP de la campaña anterior. ¿Y sabe por qué? Lo que evidencia es que, si dicha propuesta estaba contemplada en su proyecto, el candidato de los naranja ni siquiera se dio cuenta.
Es como si al firmar ese supuesto plan, en lugar de calzarlo con su firma, lo hubiera hecho poniendo su huella digital.
Por otro lado, el principal ofrecimiento de aquella campaña era a contravía de lo que buscan programas como Mifapro. “Mano dura”, ¿recuerda? Es decir, combatir la pobreza con represión, tal como este militar lo hiciera durante el conflicto armado.
En ningún momento se propuso la posibilidad de buscarle salidas a los jóvenes que han caído en las redes de la delincuencia.
Y lo vacío del discurso de Pérez se confirma al ver la actitud de sus diputados al Congreso de la República. Hacen campaña con los beneficiarios, pero al mismo tiempo fijan montos mínimos en el Presupuesto, con el agregado de imponerle candados financieros al programa. En otras molestas pero clarísimas palabras: les ofrece una mano, mientras les quita el pan con la otra.
Ya sabe usted: las dos caras de algunos políticos.
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