Edelberto Torres-Rivas
Las críticas, los denuestos, las descalificaciones de quienes están en contra de la señora Colom no están en el terreno de la moral sino también en el de la política y forman parte de la lucha electoral. ¿Por qué calificar la acción judicial –la disolución del vínculo conyugal– como un acto inmoral o como una demostración de hipocresía? La sociedad guatemalteca pareciera estar enfrentando el dilema, ¿qué es más importante proteger, el matrimonio o la alternabilidad en el poder?
En mi opinión la moral y la política del poder no son dos sistemas distantes; van juntos pues la acción política en la sociedad contemporánea tiene una dimensión moral, ya que de otra manera viviríamos en el desorden total, en lo que injustamente llamamos “la ley de la selva”. Cumplir la ley es un acto moral porque el sistema legal en una sociedad democrática organiza la vida en común con base en principios o valores de convivencia y bien común. De modo que la acción de este divorcio se realiza para cumplir con la ley y salvar la Constitución.
El “fraude de ley” y cualquiera otros argumentos jurídicos tienen connotaciones electorales, son parte de la política del poder. El tsunami desatado con la acción de divorcio, sin embargo, no es un asunto de orden jurídico sino social y político.
Se trata de un problema social y político por dos razones que la prensa, algunos columnistas y la opinión pública olvidan, ignoran u ocultan. En primer lugar, por la brutal “sandrofobia” que existe desde el instante mismo en que la candidatura de Torres apareció en el horizonte electoral. Probablemente no ha habido nunca un caso igual de ataques tan violentos, groseros y permanentes en contra de alguien cuando aún no era candidata y que se mantiene a pesar de su aún desconocido nivel de voto. La segunda razón es de orden sociológico. El divorcio en general no es bien visto en sociedades tan profundamente conservadoras como Guatemala, a pesar de que está previsto desde 1878. Pero el mundo está lleno de divorcios...
La escandalosa batalla a raíz de la separación del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, y su mujer, Veronica Lario, pareciera ser una muestra del divorcio en el seno del poder. El escándalo incluyó un pedido del primer ministro de que su esposa se disculpe públicamente por dar publicidad a un hecho de la vida privada. Otro, más reciente, es el del presidente francés, Nicolas Sarkozy, y su ex mujer Cecilia Ciganer, tras una turbulenta relación que había incluido una separación y posterior reconciliación. La pareja vivió toda la campaña electoral unida, pero al poco tiempo de que Sarkozy alcanzara la presidencia el alejamiento llegó en octubre de 2007. Cecilia Sarkozy no había ido a votar por su marido en la segunda vuelta electoral. Tampoco le fue muy bien en las lides del amor a quien fue su rival política en esas elecciones, Ségolène Royal. En pareja durante 30 años con el jefe del socialismo francés, François Hollande, Royal confesó poco después de terminada la campaña que aunque nunca había creído ser “ni Juana de Arco ni la Virgen María”, sintió el peso de ser mujer del candidato.
Más cercano fue el escándalo que vivió el presidente venezolano, Hugo Chávez, durante la separación de María Isabel Rodríguez, cuando el líder bolivariano acudió a los tribunales porque su ex no le permitía ver a la hija de ambos. Marisabel Rodríguez pasó entonces de ser primera dama a una férrea opositora a Chávez y unas de las abanderadas del “no” durante el referéndum de 2007. Otro que sufrió más de un dolor de cabeza a raíz de su separación fue el líder de la lucha contra el ‘Apartheid’ y ex presidente sudafricano Nelson Mandela. Tras un matrimonio de 38 años y una lucha contra el régimen racista sudafricano con su esposa Winnie, Mandela obtuvo el divorcio con rasgos de escándalo por la vida de Winnie. Ya en el ámbito local, es memorable el divorcio del ex presidente Carlos Menem y su primera esposa Zulema Yoma casados durante 25 años, con escándalo cuando la primera dama se atrincheró en la quinta de Olivos. Menem se vio obligado a recurrir a la Casa Militar para desalojar la residencia oficial.
En todo esto hay mucho de vodevil, historias para las revistas de amor. Termino recordando que en la ciencia política hay una ética de convicción y otra de ética de responsabilidad; por una de ellas debemos optar. La primera se refiere al ciudadano con principios, intransigente, solo animado por el cumplimiento de su deber; en el límite, es al que no le importan los medios para alcanzar su fin. No toma en cuenta las consecuencias que pueda acarrear la realización de su ideal. La segunda, por el contrario, tiene en cuenta lo posible, valora los medios más apropiados, consciente de su responsabilidad con los demás y puede llegar, en el límite, a olvidar sus fines. Creemos que Doña Sandra está entre los primeros, los “sandrófobos” entre los segundos.
Todos se mueven en el terreno político, lucha de poder, tras la victoria electoral, pero con morales distintas. En esta sociedad tradicional tienden a confundirse los propósitos con los prejuicios, las convicciones con los odios. No está en cuestión la dignidad de la familia, sino la de la ley, la Constitución.
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